lunes, 17 de mayo de 2010

El secreto

Nadie lo sabía. Era un secreto. Y nadie mejor que las piedras para guardar los secretos.

Siempre había sido una piedra sin una forma definida. Mineral, nada más. Desde que recuerda había estado en aquella montaña. Su vida había sido como la de cualquier otra piedra. Hasta que un día, un montón de gente extraña llegó a su apacible montaña y de manera estruendosa transformaron todo lo que siempre había estado igual. Y ella dejó de ser una piedra normal y corriente, vulgar, en cierta forma, para convertirse en una bella mujer desnuda de orondas formas. Al principio, se sentía un poco extraña: los pechos, la barriga, los muslos, ¿qué era aquello? Su desnudez le abrumaba un poco, ella siempre había sido una piedra muy decente. Pero poco a poco fue descubriendo que se sentía a gusto en su nueva forma. Le encantaba que el visitante despistado que llegaba a aquel lugar casi por casualidad se detuviera a mirarla y que con aquella mirada de curiosidad acariciara suavemente cada una de sus cuervas. Se había convertido en una piedra vanidosa, las piedras de alrededor (que no habían tenido tanta suerte en el reparto de formas) la odiaban silenciosa y profundamente. Sin embargo, en la soledad de la noche, cuando todas las piedras de alrededor dormían, ella lloraba. La pobre estaba enamorada. No era un amor cualquiera. Estaba enamorada de la piedra de enfrente que tenía forma de galán pensativo. Siempre se preguntaba qué estaría pensando. ¿Pensaría en ella quizás? Y mientras todos dormían ella soñaba despierta con ser de carne y hueso y acercarse a su galán y decirle que lo había amado desde que el escultor le hizo ojos y que miraba al antiguo hotel soviético abandonado en la colina de enfrente y se imaginaba su cuerpo redondo en comunión con el perfecto cuerpo del galán pensante.

Siempre había sido una piedra sin una forma definida. Mineral, nada más. Desde que recuerda había estado en aquella montaña. Su vida había sido como la de cualquier otra piedra. Hasta que un día, un montón de gente extraña llegó a su apacible montaña y de manera estruendosa transformaron todo lo que siempre había estado igual. Y él dejó de ser una piedra más y se convirtió en un apuesto galán con un aire pensativo que le hacía muy interesante. Sin duda poseía tal belleza y tal magnetismo que el pensador de Rodin era un simple cantamañanas a su lado. Las otras piedras sospechaban de él, qué pensará tanto, y se cree un intelectual, pues es tan piedra como nosotras, comentaban en los corrillos. Él, sin embargo, disfrutaba de su soledad. La forma hace a la piedra y él vivía al margen de la actividad de aquel valle. Al margen de las otras piedras chismosas y de los visitantes despistados. Sólo una cosa lo mantenía en conexión con el mundo: aquella piedra de enfrente de formas sinuosas y mirada penetrante. Muchos de sus pensamientos estaban dedicados a ella, a la que amaba en el silencio sempiterno de la piedra. Y mientras todos dormían él soñaba despierto con ser de carne y hueso y acercarse a su amada y decirle que la había amado desde que el escultor le hizo ojos y que miraba al antiguo hotel soviético abandonado en la colina de enfrente y se imaginaba su cuerpo pensante en comunión con el perfecto cuerpo redondo de la única piedra que lo distraía de sus pensamientos.

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