martes, 13 de octubre de 2009

Eva

NOTA: A José María Morales por estar en el germen de la idea.


A la mujer le dijo: “Multiplicaré los trabajos de tus preñeces. Con dolor parirás a tus hijos; tu deseo te arrastrará hacia tu marido, que te dominará”.
Génesis, 3, 15

Querida Lilith:
Pienso mucho en ti. Este Adán es insufrible. Ya no puedo más. Se pasa todo el día mandando. A mí me tocan los niños, la casa, recoger la leña, preparar la comida y todo lo que se te pueda ocurrir. Me siento atrapada. Sin salida. Como si no hubiera venido al mundo nada más que para él.
¿Y tú qué tal por el Mar Rojo? Ay, chica, cómo te envidio. Muchas veces me digo a mí misma: “ay, si yo fuera como Lilith”, “si yo fuera capaz de dejar a Adán”. Pero, no puedo, nena. Y todo por la dichosa maldición. No puedo vivir sin él. No sabría describirlo, pero cuando no me hace caso (que son las más de las veces) me siento muy desdichada. Ya sabes, es como si no pudiera ser alguien al margen de él. Como si me arrancaran algo de mí cada vez que no está. Y, claro, comprenderás que así no se puede vivir. Día y noche al dictado de su voluntad.
Desde que nos expulsaron del paraíso las cosas entre nosotros sólo han ido a peor. Antes, vivíamos más o menos felices. Ya sabes, nos pasábamos el día desnudos y ociosos y sin otra preocupación que la de alimentarnos. Ahora nos pasamos el día discutiendo. Cuando no es por la dichosa manzanita es por los niños (no conseguimos que Caín y Abel se comporten como hermanos, siempre están tirándose los trastos a la cabeza, y cualquier día ocurre una desgracia, acuérdate de lo que te digo) y cuando no es por el sexo. Chica, yo no sé qué le ves. Cuando le hago esa misma pregunta a Adán se enfada, hay algo sobre vosotros que no le gusta nada. Bueno, de hecho, le irrita que yo tenga algún tipo de relación contigo. Se pone muy nervioso cuando digo tu nombre y empieza a lanzar improperios uno detrás de otro a tal velocidad que soy incapaz de entender lo que me dice. Y que si eres una tal y que si eres una cual. “Ésa, ésa lo que es es un demonio”, me grita mientras sale de casa hecho una fiera y pega un portazo. De hecho, esta carta la escribo aprovechando que está bebiendo vino como un condenado en un sitio de mala muerte que ahora le ha dado por frecuentar. Así que yo aprovecho este ratito de soledad para mis pequeñas rebeldías (sin que él se entere, por supuesto).
Pero, volviendo al tema, que eso del sexo a mí no me va. Yo me quedo allí, mirando al techo, contando los minutos para que acabe (y anda que no tarda) y cuando acaba yo estoy igual que al principio o peor. No sé, tal vez es como las tortitas y hay diferentes formas de sazonarlas según el gusto. Pero no me atrevo ni a planteárselo. Así que paso el trago como puedo. Menos mal que con esto de la bebida está cada vez menos fino.
Y nada, querida, que no sabes cuánto te envidio. Me siento tan sola, tan vacía. Pero tampoco puedo llorar delante de él ni contarle lo que me pasa. Eso no pasa por mis obligaciones de buena esposa. Claro, que yo me pregunto, ¿soy algo al margen de buena esposa? Y las respuestas no son muy alentadoras. Soy para el otro, en función del otro: buena esposa, buena madre, buena vecina. Pero, ¿quién es Eva como individuo? No lo sé. ¿Tú sentías esto cuando estabas con Adán? ¿Cómo cambió tu vida después de dejar el paraíso? ¿Es verdad todas esas historias que cuentan por ahí de que te comes a los niños y no sé qué más? Ay, Lilith, espero tus palabras de consuelo para no sentirme tan desdichada. Ojalá pudiera ir a visitarte y que me contaras. Pero Adán me mataría. Mucho me temo que estoy condenada a él hasta que me muera. Y esto me produce una infinita tristeza que no soy capaz de expresar con palabras. Sólo puedo llorar y llorar, como lo hago ahora.
Gracias por tu tiempo y por ser tan valiente.
Te admira:
Eva

No hay comentarios:

Publicar un comentario