Aquel era un buen lugar para pasar toda la eternidad. El pequeño cementerio de Síbir estaba en mitad de la nada. A un lado, la montaña. Al otro, el abismo. Y, en medio, ella. Rodeada de tumbas que contenían miles de historias: amores, desamores, amistades, traiciones, luchas personales y colectivas. Había llegado allí por una serie de casualidades. Su corazón roto la había impulsado a huir, a alejarse de su mundo cómodo y conocido hacia no sabía muy bien dónde. Había llegado a Eslovaquia, por qué no, ésa era su respuesta cuando los lugareños se sentían intrigados por su presencia. La habían invitado a pasar unos días en los Altas Tatras, por qué no, respondió. Y aquella mañana había salido a pasear. ¿Este camino o ése? Así, sin saber muy bien por qué, había tomado el camino entre la iglesia evangélica y la católica y había llegado al cementerio. Desde allí no podía proseguir el paseo, pero se detuvo un momento, las manos heladas, la tristeza nublándole la vista y pensó: “Éste es un buen lugar para pasar toda la eternidad”.
me recuerda la sensación que tuve en un cementerio de Praga, al menos en parte, porque al lado de las tumbas, me sentía como en casa.
ResponderEliminarEs curioso eh?