viernes, 19 de febrero de 2010


Hoy el día ha amanecido gris, muy triste. Como si fuera uno de esos domingos tristes del final del verano. La nieve ahora sólo son charcos y la niebla lo acaricia todo con su melancolía. Yo me he levantado temprano, como siempre. Tenía mucho trabajo, como siempre. He ido a la cocina, he preparado dos tazas de té y al volver me he dado cuenta de que tú ya no estabas. El hueco de tu ausencia en mi cama, aún cálida, me ha desconcertado. Me he sentado en el borde y me he dado cuenta de que no eres real. De que nunca has estado en esa cama. Y de que no eres mío. Pero te he soñado e inventado tantas veces que has llegado a ser parte de mí. He recorrido tantas veces tu cuerpo con los ojos cerrados y las manos en el aire que te has colado en mi pequeña porción de realidad. Así que te he dejado la taza junto a la cama por si acaso es que habías salido sólo un momento a comprar pan calentito para el desayuno, he encendido el ordenador y me he puesto a trabajar. Diligente, como siempre. Meticulosa, como siempre. Sola, como siempre.

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